"El peor analfabeto es el
analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos
políticos. No sabe que el costo de la vida, el precio de los garbanzos, del
pan, de la harina, del vestido, de los zapatos y de las medicinas, dependen de decisiones
políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el
pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace
la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el
político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y
multinacionales".
Bertolt Brecht.
Una de las peores
agresiones que ha sufrido nuestro país por años, recrudecida al extremo en esta
última y nefasta etapa neoliberal, es la de generalizar la idea de que la
política es algo exclusivamente para los “políticos”, que es una actividad
elitista, refractaria, árida, insulsa incluso. Algo desconectado de la mayoría,
de las personas concretas, comunes y corrientes. Y nada más alejado de la
realidad que esta afirmación que incluye un desprecio profundo por el pueblo, y
una estrategia perversa de manipulación al mismo tiempo.
Como bien lo
refiere el agudo dramaturgo y activista alemán Bertolt Brecht en la cita que
inicia esta reflexión, la política es algo cotidiano, concreto, vital, que
permea todas las actividades del hombre en sociedad, y que lo expresa con más
profundidad.
Cuando el otrora
héroe oaxaqueño Porfirio Díaz se comenzó a solidificar en el poder, el problema
central de su visión de país –al margen de su exitoso proceso de modernización-
fue que veía al mexicano no como ciudadano, como ente político, sino como
“pueblo” inmaduro y carente de dimensión social. Era una masa que “no sabía”,
“no podía opinar”, “no estaba todavía madura” para guiar su historia. Y la
propia historia le hizo pagar muy caro este error de apreciación. Lo mismo
sucedió cuando hasta el Palacio de Gobierno Federal le llegaban a Díaz Ordaz
los gritos de los estudiantes del ´68, demandando diálogo y existencia
ciudadana. En ambos casos el desprecio por el pueblo, por el otro, fue
mayúsculo.
En estos tiempos
neoliberales, como ya dije, la agresión de separar a la política del pueblo ha
sido recrudecida y llevada al extremo, con el perverso objetivo de poderse
despachar con la cuchara grande –gigante, inmensa- y apropiarse de las riquezas
de todo un país sin que se oponga en absoluto el despojado.
Veamos algunos ejemplos:
Veamos algunos ejemplos:
- Para qué te
metes, pueblo, en la tediosa política de telecomunicaciones; no vale la pena.
Mejor déjame despachar a mi antojo este asunto y otorgar a un solo empresario
–Carlos Slim- la comunicación telefónica, aunque esto signifique que para ti,
pueblo común y corriente, te cueste el minuto 4 veces más que lo que le cuesta
a un norteamericano este mismo servicio.
- Para qué te
metes, pueblo, en la engorrosa política bancaria y fiduciaria; no vale la pena.
Mejor déjame servirme con la cuchara grande y darle las concesiones bancarias a
bancos españoles y norteamericanos, aunque esto signifique que para ti, en tu
miserable existencia cotidiana, entrar a un banco sea comenzar a pagar por todo
lo imaginable. Y esto sin mencionar el FOBAPROA …
- Para qué te
metes, pueblo, en la política alimentaria; no vale la pena. Mejor déjame a mí,
campesino, servirme con la cuchara inmensa y permitir a Monsanto que registre
las manipulaciones genéticas que lo pongan prácticamente en la posición de
controlar y comerciar con todos los alimentos mundiales.
- Para qué te quiebras la cabeza,
pueblo, con cosas como la política educativa; no vale la pena. Mejor déjame que
te robe a gusto y sin defensa el futuro de tus hijos…
Y así hasta casi el
infinito. La política es todo esto. Son cosas concretas, elementales,
necesarias. Es pan y salud. Vestido, casa, diversión, arte. Y es también
dignidad… sobre todo eso: dignidad.
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